Se han creado cuatro blogs con el fin de dar a conocer cuatro de los pintores colombianos que representan características diferentes de la pintura, permitiéndonos conocer su estilo, algunos detalles de su vida y sus obras, así como su aporte a la cultura colombiana. La pintura en Colombia ha tenido desarrollo a través de grandes artistas y movimientos. Para dar una mirada general exploraremos a Debora Arango, Alejandro Obregón, Leonardo Aguaslimpias y Fernando Botero. El presente blog se concentra en el artista ALEJANDRO OBREGÓN como representante del expresionismo.

Alejandro Obregon

7/11/2009

Pintor nacido en Barcelona (España) en 1920, muerto en Cartagena de Indias en 1992. Hijo de padre colombiano y madre catalana, Alejandro Obregón Rosén vino a vivir a Barranquilla siendo muy niño. Estudió en la Escuela del Museo de Bellas Artes de Boston y en la Llotja de Barcelona. Marta Traba, quien fue la mejor crítica de su obra, escribió en 1961: «La Llegada a la pintura colombiana de Obregón nos coloca ante el primer pintor de talento con que cuenta Colombia en este siglo [...] La obra del artista es de desarrollos claros y su evolución está llena de pautas que muestran de manera inequívoca la alianza del talento y del trabajo». Recién llegado de Europa en 1944, hizo su presentación en el arte colombiano en el v Salón Nacional, con los óleos Naturaleza muerta, Retrato del pintor y Niña con jarro. Desde entonces su nombre estuvo siempre en primer plano y sus obras siguen exhibiéndose con gran éxito comercial. La pintura de Obregón se caracteriza por el expresionismo y la impronta mágica. En cuanto a lo primero vale la pena recordar estas palabras de Vincent van Gogh: «En lugar de tratar de reproducir exactamente lo que tengo ante mi vista, uso el color de la manera más arbitraria para expresarme con fuerza». Esta definición puede aplicarse a la obra de Obregón, en la que predominan la fantasía creadora y los elementos emotivos. Obregón recreó la realidad en la mayoría de sus cuadros, transformó armónicamente el paisaje, modificó la figura humana, siempre en función de la pintura como tal, y empleó el color para manifestar sus emociones. En cuanto a la impronta mágica, es indudable que buena parte de la pintura de Obregón alcanza la representación de lo "real maravilloso" de que habló Alejo Carpentier para referirse al ámbito de creación que tiene el artista latinoamericano. El arte del siglo xx descubrió la realidad tras las apariencias y se puso en contacto con ella. A esa naturaleza más profunda, más esencial, apunta la pintura de Obregón, que en ningún momento se limita a reproducir el paisaje tropical, sino que lo trasciende hasta alcanzar estructuras evocadoras, formas singulares e imágenes cargadas de fuerza. Los principales temas de la pintura de Obregón son los retratos de familiares y amigos, además de varios autorretratos, desde el muy cézanniano del pintor sentado que sostiene un pincel (1943) hasta Dédalo (1985), pasando por los Blas de Lezo (1977-1978), los animales (en una fauna interminable que incluye desde cóndores y toros hasta barracudas, mojarras y camarones, pasando por chivos e iguanas), las flores carnívoras y nocturnas, las escenas de violencia y, sobre todo, los paisajes (con claras alusiones al mar, a las playas, a las tempestades, a los eclipses y, especialmente, a los vientos). Estos temas son recurrentes y por lo tanto no tienen una ordenación cronológica. Como bien dijo el artista, más que motivos específicos sus cuadros aluden a «drama, catástrofe, registro de vida, reportaje y un poco de todo».

La carrera artística de Obregón se puede dividir aproximadamente en cuatro períodos. El primero, 19421946, es de formación. En él su pintura es contradictoria y llena de titubeos; su producción oscila entre un naturalismo con recuerdos académicos y un expresionismo forzado. El segundo, 1947-1957, es de definición estilística y primera madurez. Con recuerdos del cubismo, Obregón realizó composiciones milagrosamente balanceadas, en las que articuló de muchas maneras numerosos planos, a veces transparentes, sobre fondos neutros que también incluyen planos, más o menos evidentes. Aquí ya aparecen algunos de sus motivos característicos, así como algunas de sus obras maestras: Puertas y el espacio (1951), Bodegón en amarillo (1955), Greguerías y camaleón (1957). El tercer período, 1958-1965, es el de la madurez plena. Durante estos años Obregón no solamente fue el pintor más influyente del país, el paradigma de lo nuevo y moderno, el más admirado y galardonado ganó dos veces, en 1962 y 1966, el primer premio de Pintura en el Salón Nacional, con los óleos Violencia [ver tomo 6, p. 125] e Icaro y las avispas, respectivamente, sino también su máximo representante a nivel continental. Obregón, dueño ya de un estilo muy personal, expresionista y americanista, realizó muchos lienzos en los que en un espacio sin límites instaló sus formas abiertas y vigorosas, que sólo aluden a la grandeza y a la feracidad del continente. Cuadros sobresalientes de este período son, entre otros: Naufragio (1960), La trepadora (1961), El mago del Caribe (1961), Homenaje a Gaitán Durán (1962) [ver tomo 6, p. 125], Violencia (1962), Volcán submarino (1965) y Flor de páramo (1965). El último período comenzó en 1966. Desde ese año y hasta el año de su muerte, la pintura de Obregón insistió en un estilo efusivo y romántico y en temas obsesivos. Como escribiera Juan Gustavo Cobo: «Sus motivos lo persiguen, se esfuman, reaparecen, se funden». Trabajando por series, Obregón pintó Anunciaciones, Floras, Angelas, Violadas, Zozobras, Memorias de Grecia, Magos de la Popa, Blas de Lezos, Cosas de la luna, Bachués, Leyendas de Guatavita, Paisajes de Cartagena, Amazonias, Copas y océanos y Vientos, en una lista incompleta. Aunque no lo aceptó («Creo que el óleo está completamente obsoleto. El acrílico es el medium del siglo xx»), Obregón no pudo cargar sus obras de los últimos decenios con el misterio y la fuerza de sus óleos anteriores a 1966, año en que empezó a trabajar el acrílico. Sin embargo, en este período no deja de haber obras importantes, porque sin duda Obregón fue un pintor talentoso e imaginativo. Salta a Ja vista que está en sus mejores momentos cuando controla la efusividad y mantiene el dominio de todas las pinceladas, así como de los colores.


Obregón realizó numerosas obras relacionadas con la violencia del país, desde él óleo de 1948, Masacre l0 de abril, hasta el díptico al acrílico de 1982, Muerte a la bestia humana y Victoria de la paz, ejecutado después del asesinato de Gloria Lara, pasando por el óleo de 1962, Violencia, del que Marta Traba dijera: «La sinceridad terrible de Violencia procede de esta circunstancia: de que Obregón Ja pintó porque ya le era inaplazable y necesario hacerlo. Pero si esto explica el patetismo verídico de su cuadro, no incluye la belleza grave y tensa de sus medios para lograrlo. Obregón pintó la mujer yacente en mitad de un gran espacio gris: moduló el gris solemnemente, como oficiando un silencioso rito fúnebre, sin permitirle un solo sonido discordante. Lo apretó en la enorme figura grávida y lo fue desmadejando en el paisaje, hasta que la criatura muerta se integró en esa tristeza general, en esa fatalidad inicua, inexplicable». Además de sus innumerables cuadros de caballete, Obregón realizó diversos murales. En Bogotá tiene varios, algunos en casas privadas, otros en lugares públicos. El más sobresaliente de estos últimos es el mural dé la Biblioteca Luis Angel Arango (1959). Marta Traba escribió aquel año: «La creación de espacios, determinados sea por las intersecciones de planos, sea por el manejo de tonos, es lo más notable de este fresco de Obregón. No hay, con excepción de algunos objetos reconocibles (tintero, libros, cuchillo), intención figurativa y, por lo tanto, el público debe renunciar a comprender un sentido real que ha sido superado por la intención creadora de espacios y por las relaciones de colores>,. El mural de la Biblioteca es una obra rica y diversa. En ella son sobresalientes, además de sus múltiples espacios, la estructura de todas las formas y el colorido variado pero asordado y severo; otro ejemplo de las obras maestras de sus mejores momentos. Del decenio de los ochenta son: La galerna, del Centro de Convenciones de Cartagena, Amanecer en los Andes, de la sede de las Naciones Unidas de Nueva York y el que exorna el Salón Elíptico del Capitolio Nacional de Bogotá [Ver tomo 6, Arte, pp. 125 y 126].


GERMÁN RUBIANO CABALLERO
Esta biografía fue tomada de la Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de Lectores, tomo de biografías.


Su Estilo: El Expresionismo


El expresionismo es un movimiento artístico surgido en Alemania a principios del siglo XX, en concordancia con el fauvismo francés y plasma el deseo de dar al espectador una visión de los sentimientos del artista. Recibió su nombre en 1911 con ocasión de la exposición de la Secesión berlinesa, en la que se expusieron los cuadros fauvistas de Matisse y sus compañeros franceses, además de algunas de las obras precubistas de Pablo Picasso.

En 1914 fueron también etiquetados como expresionistas el grupo de los pintores alemanes en Dresde y Berlín a partir de 1911 y Der Blaue Reiter (El Jinete Azul), formado en 1912 en Múnich, alrededor de un almanaque, dirigido por Kandinsky y Marc.

El expresionismo se entiende como una acentuación o deformación de la realidad para conseguir expresar adecuadamente los valores que se pretende poner en evidencia, y se manifestó como una reacción parcial al impresionismo.

El Expresionismo como movimiento pictórico

El Expresionismo es una corriente pictórica que nace como movimiento a principios del siglo XX (1905-1925), principalmente en Alemania, aunque también aparece en otros países europeos, ligado al fauvismo francés como arte expresivo y emocional que se opone diametralmente al impresionismo. Tras finalizar la Primera Guerra Mundial, a esta corriente pictórica le siguieron otras tendencias como el constructivismo, la nueva objetividad, el informalismo y, más tarde, los denominados nuevos salvajes y el fotorrealismo.

Los elementos más característicos de las obras de arte expresionistas son el color, el dinamismo y el sentimiento. Lo fundamental para los pintores de principios de siglo no era reflejar el mundo de manera realista y fiel —justo al contrario que los impresionistas— sino, sobre todo, romper las formas. El objetivo primordial de los expresionistas era transmitir sus emociones y sentimientos más profundos. De hecho, en cualquier reproducción en blanco y negro de un cuadro expresionista se intuye esa energía y esa emotividad que subyacen a todas sus obras. Esta corriente artística estuvo abanderada por conocidos pintores como August Macke, Paul Klee o Franz Marc, quienes pertenecieron a distintas agrupaciones como Die Brücke (El Puente) o Der Blaue Reiter (El jinete azul) —fundada por Kandinsky y Marc—, gracias a las cuales fue posible la transición del expresionismo hacia la abstracción. Kandinsky fue quien dio nombre al grupo. Sus motivos favoritos eran los caballos y su color predilecto era el azul.

Algunas Obras

El hombre caiman

Condor


Retrato de un antepasado loco

Barracuda


Amanecer en los andes.


Su aporte a la cultura colombiana

http://www.colarte.com/recuentos/O/ObregonAlejandro/critica.htm

CRITICA
de Marta Traba
Después de veinte años de escribir sobre la obra de Alejandro Obregón, ya no sé más qué decir. En la crítica períodica ejercida a lo largo de tanto tiempo, mi admiración por esa obra sufrió obligatorios altibajos y señaló, - como meras correcciones de estilo cuadros pésimos y períodos infortunados. Ahora, (cuando felizmente no escribo ese tipo de crítica sino que me muevo en cuadros más amplios y generales), ya no me importan ni pesan para nada en mi juicio aquellas caídas lógicas y propias de todo gran artista. Subsiste sólo el gran artista, el nombre mayor del arte colombiano contemporáneo.
Su hazaña aparece siempre más relevante: acometer en plena mitad del siglo XX, la fabulosa tarea Pictórica de "narrar" la atmósfera física de un país a través de la oposición mar-cordillera, y de sus faunas y floras características. En esta descripción pudo haber actuado como un mero realista, como un lamentable foiklorista como un provinciano exaltado: nunca cayó en esos fatales errores de visión.
Su pintura descriptiva y cismática es un texto inédito, lleno de imaginación, fuerza y fantasía, armado vitalmente a fuerza de talento personal y confianza en sí mismo. También es, por suerte, una pintura endogámica, desinteresada en absoluto por las alzas y las bajas de¡ mercado externo cada vez más desorbitado y estúpido. La ironía (o el triunfo), es que, hoy día en el mundo, vanguardias casi catalépticas buscan la salvación en la pintura, los pinceles, la tela y el color, y vuelve así a producirse un fenómeno que he señalado repetidas veces como virtud cardinal del arte colombiano: su actitud de retaguardia se convierte en vanguardia, sin proponérselo ni buscarlo.
Por suerte para Obregón, su pintura es progresivamente, en el panorama general de las artes nacionales, un monumento solitario: los "obregoncitos" aparecidos en la época ruidosa del estrellato, lo abandonaron muy pronto para tomar caminos más impactantes. Obregón siguió adelante, sólo, con sus toros y sus alcatraces y los mangles y los huesos de sus bestias y sus bestias enteras a cuestas: con su epicidad romántica invulnerable: con todo su aire desueto y al borde de lo cursi, aire de bandera y escudo: con su pasmosa terquedad por seguir siendo artista en medio del templo convertido en disneylandia.
Alguna vez escribieron en Colombia, con indisimulada ironía, que Obregón era dios y Marta Traba su profeta. Sacando la frase de su dimensión extravagante, no sé si realmente lo fuí o nó, pero sé y lo afirmo a plena conciencia, que me hubiera gustado serlo. Creo darle con esto el directo testimonio de mi admiración.

2002: Diez años sin ObregónEl Tiempo, 11 de abril de 2002

El "Padre del arte moderno colombiano" falleció hace diez años. Una exposición enla Galería El Museo y una charla sobre su obró son algunas de las actividades que lo recuerdan.
"No quiero hablar de mi obra. Ella está allí. Ellas habla por mi", solía decir Alejandro Obregón acerca de sus pinturas. Asi recuerda el periodista Heriberto Fiorillo al pintor fallecido hoy hace diez años en su libro La Cueca, crónica del grupo de Barranquilla.
Precisamente es su obra, la que diez años después habla por Obregón como el "Padre del arte moderno Colombiano" en galerías y museos. El pintor, nacido en 1920, en Barcelona, llegó a Colombia, donde se nacionalizó, en 1944 y uno de sus primeros aportes culturales consistió en apersonarse de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional, por donde pasaron Enrique Grau, Lucy y Hernando Tejada.
Sin embargo, su relación con las escuelas de arte cambiaría hasta la oposición a lo largo de su vida. Con los años, y ya después de haber sido decano de la Escuela de Bellas Artes de Barranquilla -recuerda el texto de Fiorillo- su intención sería abolirlas. "Quise acabar con esos tinglados -decía Obregón-. El arte de pintar no debe tener profesores, porque entre el profesor y el alumno hay una lucha (...) y de pronto el profesor y el alumno se van a una especie de alcantarilla".
Las primeras obras de trascendencia hechas por Obregón datan de 1941. Sus biografías hablan de un periodo que comienza en 1947 en el que se concentra en la naturaleza muerta. En 1959, se descubre otra etapa, que coincide con su vida en Parias, cuando incursionó en el cubismo futurista. En 1955, debido a su participación en una exposición titulada Artes Plásticas en la Arquitectura, con un proyecto mural, comenzó con la llamada pintura simbolista. Posteriormente regresó a Colombia para quedarse definitivamente.
Sus peculiares faunas y flores características, sus toros, bestias, alcatraces y barracudas son monumentos con bandera y escudo, al arte colombiano, que él solo transformó con la fuerza de soluciones pictóricas.
Tomado del periódico El Tiempo, 11 de abril de 2002


Alejandro Obregón Medio siglo de genio

José María Salvador

(http://www.latinartmuseum.com/obregon.htm)

Este texto es una reedición parcial del de la monografía Alejandro Obregón. Obras Maestras 1941-1991, editada por el Centro Cultural Consolidado de Caracas.

Desde hace ya más de tres décadas, Alejandro Obregón es, por derecho propio, referencia obligada en el universo del arte latinoamericano. Personalidad íntegra de recio y vigoroso temperamento, anticonvencional e individualista a ultranza, supo labrarse un sendero muy suyo y una trayectoria original en el campo de la creación plástica. Autodidacta intuitivo, huérfano de verdadera escuela y maestro, se constituyó pronto —por extraña paradoja— en guía y mentor de numerosas generaciones de artistas en su país. Sus innovadores aportes en el lenguaje pictórico provocaron, en el anquilosado universo cultural colombiano, una auténtica subversión de los valores estéticos, al tiempo que produjeron el impulso modélico necesario para que otros se aventurasen en experiencias desconocidas y en derroteros sin desbrozar. Con sus novedosas propuestas esté-ticas, estilísticas y conceptuales, Obregón llegó —contra su voluntad y para su consternación— a generar incluso una larga cohorte de epígonos e imitadores.Interesa destacar que Obregón conquistó su lenguaje singular con recursos puramente pictóricos, sin subterfugios ni interferencias de otros materiales, técnicas o géneros: simples pinceles y pigmentos convencionales fueron suficientes para un talento natural tan vivaz e intuitivo como el suyo.